Para
el ardor de barriga, tomate asado y sin piel. Para el empacho, tapazán hervido.
Para
los dolores, bálsamos de maguey, hule o tuna cocida.
La
carne de nopal y la zarzaparrilla purifican la sangre, las cascaras de chícharo
limpian los riñones y los piñones purgan intestinos.
Las
flores de cinco dedos del árbol de las manitas, daban serenidad y coraje al
corazón.
Los
conquistadores encontraron estas novedades en México. Las llevaron a España,
junto con otras hierbas, de nombres indígenas impronunciables, que bajaban la
fiebre, mataban los parásitos, liberaban la orina trancada o anulaban el veneno
de las serpientes.
La
antigua farmacia Americana fue bien recibida en Europa.
Pero
unos años después, la “Santa Inquisición” desató la cacería. La sabiduría de
las plantas era un instrumento de brujas y demonios, disfrazados de médicos, que
merecían el suplicio o la hoguera. Por debajo de sus ropajes exóticos, asomaban
las pesuñas del Maligno.
Esos
brebajes y esos ungüentos venían de América, del infierno, como los fuegos del chocolate
y los humos del tabaco, que invitan a pecar en lecho ajeno, y como los hongos
demoniacos, que los paganos comían para flotar en los aires por las malas artes
de sus idolatrías.
Publicado
por chamanesdelmundo.
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