¿Cómo ayuda el chamanismo a un esquizofrénico?
El chamanismo entendió en su origen que lo que hoy llamamos una
enfermedad mental era posiblemente una manifestación de lo divino, o de
aquello extraordinario que merecía ser atendido por la comunidad como un
mensaje y una oportunidad de conocer el misterio y sanar. Y no es
necesario compartir creencias con la tradición chamánica para dar una
oportunidad a otra perspectiva sobre la enfermedad mental y buscar las
posibles joyas enterradas allí, entre los cauces caóticos o hiperlúcidos
de un dialogo interior distinto.
Hace algunos años, un hospital mental de Estados Unidos recibió la
visita de Patrice Somé, un sanador africano que observó a los
zombificados pacientes y se lamentó de la manera en que desperdiciamos
las cualidades de “una persona que por fin está alineada con una fuerza
de otro mundo”.
Un estupendo ejemplo de la fortuita cooperación entre el chamanismo y
la esquizofrenia la compartió recientemente el padre de un
diagnosticado esquizofrénico en Estados Unidos. Desde sus 17 años, Frank
había estado internado en hospitales y medicado por sus síntomas
mentales. Los efectos secundarios de las medicinas provocaron que
aumentara 50 kg y le diagnosticaran diabetes. A sus 30 años, ya
defraudado por el tratamiento y desesperado, su padre buscó un camino
que nuca hubiera considerado de no presentarse la circunstancia.
Después de un viaje a África con Frank, en el cual, dice, Frank encontró una especie de poder y calma, se topó con el libro Shamans among US del
psiquiatra evolutivo Joseph Polimeni, que postula que las personas que
escuchan voces o sienten ciertas cosas están en contacto con otras
realidades, especialmente con el reino mítico, para el cual la sociedad
Occidental no tiene ni tiempo ni lugar.
Su padre, que cuenta que entre los diálogos inconexos de Frank
parecía haber una “siniestra habilidad para sintonizar lo que él estaba
pensando”, buscó a Malidoma Somé, un chamán africano de la tradición de
los Dagara (al igual que Patrice Somé), y viajó a Jamaica con Frank para
verlo. Malidoma se sentó con Frank con una serie de objetos y le pidió
que dibujara para él, a quien llamó “su colega”.
Desde ese viaje a Jamaica, Frank habla por teléfono constantemente
con el chamán y crea dibujos simbólicos. Por recomendación de Malidoma,
también viajaron a tierras sagradas de Nuevo México a ver otros
chamanes.
Estas experiencias, en lugar de llevar a Frank más hacia “la
locura”, han tenido efectos asentadores. No está curado –aún toma sus
medicamentos y reside en una casa grupal– pero el peso que había ganado y
la diabetes han desaparecido. […] Hoy Frank está lleno de vida y
actividad y es ingeniero mecánico. Todavía escribe páginas en caracteres
incomprensibles, al menos para aquellos se nosotros en este reino. Y
cada vez más está poseído de una remarcable habilidad para sintonizar
los patrones de pensamiento de otras personas, incluyéndome.
Ya es demasiado tarde para que Frank deje los medicamentos, pero lo
que sucedió fue que ya no siente que está enfermo, sino que sabe algo
más, y alguien lo entiende. Malidoma Somé lo entiende, y eso es
suficiente.
Quizás la figura del chamán en esta y cualquier otra circunstancia
odiséica se la de la compañía. Culturalmente, “el loco” es invalidado de
inmediato y muchas veces termina por invalidarse a sí mismo, es decir,
acaba por perder su poder y naufragar por que no hay tripulante o
capitán que le confirme que, de hecho, su barco existe y es
imprescindible navegarlo. Las llamadas “enfermedades mentales”,
precisamente por la conotación tan negativa de su nombre, pueden ser
desoladoras. Una compañía psíquica, aunque remota, es esa grieta en la
industria farmacéutica que tendríamos que agrandar para verdaderamente
permitir que el esquizofrénico escuche a las sirenas y sepa si le
conviene ir con ellas o más bien disfrutar su canto amarrado al mástil.
Fuente: Pijamasurf
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