DESVINCÚLATE DE LAS HERIDAS DE TU PASADO Dr Waine Dyer
La
inclinación a vincularnos con nuestras heridas, en lugar de dejarlas
atrás, hace que experimentemos constantemente la sensación de no ser
dignos. Una persona que haya experimentado acontecimientos traumáticos
en la vida, como una violación sexual, la muerte de seres queridos,
enfermedades traumáticas, accidentes, rupturas familiares,
drogadicciones y otras cosas similares, puede llegar a vincularse con
los dolorosos acontecimientos del pasado y rememorarlos para llamar la
atención o despertar lástima en los demás. Esas heridas de nuestras
vidas parecen darnos una gran cantidad de poder sobre los demás.
Cuanto
más les hablamos a otros sobre nuestras heridas y sufrimientos, tanto
más creamos un entorno de compasión por nosotros mismos. Nuestro
espíritu creativo permanece tan conectado con los recuerdos de nuestras
heridas que no puede dedicarse a transformar y manifestar. El resultado
de ello es la sensación de desmerecimiento, de no ser digno de recibir
todo aquello que se desea.
La
tendencia a vincularnos con las heridas de nuestras vidas nos recuerda
lo poco merecedores que somos de recibir nada de lo que realmente nos
gustaría tener, debido a que permanecemos sumidos en un estado de
sufrimiento. Cuanto más se recuerdan y se repiten estas historias
dolorosas, tanto más tiene garantizado esa persona que no atraerá la
materialización de sus deseos.
Quizá
la frase más poderosa que puedas llegar a memorizar en este sentido
sea: «Tu biografía se convierte en tu biología». A la que yo añadiría:
«Tu biología se convierte en tu ausencia de realización espiritual». Al
aferrarte a los traumas anteriores de tu vida, impactas literalmente
sobre las células de tu cuerpo. Al examinar la biología de un individuo,
es fácil descubrir en ella su biografía. Los pensamientos angustiosos,
de autocompasión, temor, odio y otros similares, cobran un peaje sobre
cl cuerpo y el espíritu. Al cabo de un tiempo, el cuerpo es incapaz de
curarse, debido en buena medida a la presencia de esos pensamientos.
El
apego al dolor sufrido en los primeros años de la vida procede de una
percepción mitológica según la cual «tengo derecho a una infancia
perfecta, libre de dolor. Utilizaré durante el resto de mi vida
cualquier cosa que interfiera con esta percepción. Contar mi historia
será mi poder». Lo que hace esta percepción es darle permiso al niño
herido que llevas dentro para controlarte durante el resto de tu vida.
Además, te proporciona una fuerte sensación de poder ilusorio.
Tenemos
que ser muy cuidadosos para evitar explicar nuestra vida actual en
términos de una historia traumática anterior. Los acontecimientos
dolorosos de nuestras vidas son como una balsa que se utiliza para
cruzar el río. Debes recordar bajarte una vez que hayas llegado a la
otra orilla.
Observa
tu cuerpo cuando has sufrido una herida. Una herida abierta se cierra
en realidad con bastante rapidez. Imagina cómo serían las cosas si esa
herida permaneciera abierta durante mucho tiempo. Se infectaría y, en
último término, acabaría por matar a todo el organismo. El cerrar una
herida y permitir que cure puede actuar del mismo modo en los
pensamientos de tu mundo interior.
Así
pues, no lleves contigo tus heridas. Afróntalas y pide a la familia y a
los amigos que sean compasivos mientras te recuperas. Luego, pídeles
que te lo recuerden amablemente cuando se convierta en una respuesta
predecible. Quizá en cuatro o cinco ocasiones tus amigos y personas
queridas te dirán: «Sufriste una experiencia trágica y comprendo
perfectamente tu necesidad de hablar de ello. Me importa, te escucho y
te ofrezco mi ayuda si eso es lo que deseas». Después de varias
situaciones de este tipo, pídeles que te recuerden amablemente que no
debes repetir la historia con el propósito de obtener poder a través de
la compasión de los demás.
Al
retroceder en tu camino y reavivar continuamente tu dolor, incluyendo
la descripción de ese dolor y la calificación de ti mismo (superviviente
de un incesto, alcohólico, huérfano, abandonado), no lo haces para
sentirte más fuerte. Lo haces debido a la amargura que estás
experimentando. Esa amargura se pone de manifiesto en forma de odio y
cólera al hablar de esos acontecimientos, con lo que no haces sino
alimentar literalmente el tejido celular de tu vida a partir de tu
cosecha de acontecimientos del pasado.
Eso
hace que se extienda la infección e impide la curación. Y lo mismo
sucede con el espíritu. Esta cosecha de amargura te impide sentirte
merecedor. Empiezas a cultivar entonces una imagen sucia, de criatura
desafortunada, desmerecedora y difamada, y eso es lo que envías al
universo, lo que inhibirá cualquier posibilidad de atraer el amor y la
bendición a tu vida.
Aquello
que te permitirá desvincularte de tus heridas es el perdón. El perdón
es lo más poderoso que puedes hacer por tu fisiología y por tu
espiritualidad, a pesar de lo cual sigue siendo una de las cosas menos
atractivas para nosotros, debido en buena medida a que nuestros egos nos
gobiernan de un modo inequívoco. Perdonar se asocia de algún modo con
decir que está bien, que aceptamos el hecho perverso. Pero eso no es
perdón.
Perdón
significa llenarse de amor e irradiar ese amor hacia el exterior,
negándose a transmitir el veneno o el odio engendrado por los
comportamientos que causaron las heridas. El perdón es un acto
espiritual de amor por uno mismo, y envía a todo el mundo, incluido tú
mismo, el mensaje de que eres un objeto de amor y que eso es lo que vas a
impartir.
En
eso consiste el verdadero proceso de desvinculación de las heridas, de
no seguir aferrándose a ellas como preciadas posesiones. Significa
renunciar al lenguaje de la culpa y la autocompasión, y a no seguir
adelante con las heridas del pasado. Significa perdonar íntimamente, sin
esperar que nadie lo comprenda. Significa dejar atrás la actitud del
ojo por ojo, que sólo causa más dolor y la necesidad de más venganza,
sustituyéndola por una actitud de amor y perdón. Esta forma de actuar es
alabada en la literatura espiritual de todas las religiones.
Sentirse
digno es esencial para poder atraer aquello que se desea. Es,
simplemente, una cuestión de sentido común. Si no tienes la sensación de
merecer algo, ¿por qué te lo va a enviar la energía divina que está en
todas las cosas? Así pues, tienes que cambiar y saber que tú y la
energía divina sois una sola cosa, y que es tu ego el que se confabula
para impedirte utilizar este poder en tu propia vida.
A
continuación se indican algunas de las grandes actitudes y
comportamientos que puedes incorporar a tu conciencia para facilitar el
crecimiento de tus sentimientos de merecimiento.
UN PLAN QUE TE AYUDARÁ A VER QUE ERES DIGNO DE RECIBIR Y ATRAER DESDE LA FUENTE DIVINA
Las
siguientes sugerencias representan un plan paso a paso para
intensificar tu receptividad al poder de la manifestación en tu vida. Si
lo pones en práctica, no cabe la menor duda de que te sentirás digno de
la bendición del espíritu divino que lo abarca todo.
• La palabra «inspiración» significa literalmente «estar infundido de espíritu», o en el espíritu, si se quiere.
§
Practica hacer aquello que te guste, y procura que te guste lo que
haces cada día. Si vas a hacer algo, concédete el beneficio de no
quejarte y, en lugar de eso, muestra cariño por esa actividad. Tu lema
aquí ha de ser: «Me gusta lo que hago, y hago lo que me gusta». Eso te
sitúa «en el espíritu» y te proporciona literalmente el entusiasmo para
ser un receptor digno de la gracia de Dios. La palabra entusiasmo
procede de la raíz griega entheos, que significa, literalmente, «estar
lleno de Dios».
§
Haz todos los esfuerzos posibles por eliminar de tu vocabulario y de tu
diálogo interior los hábitos internos de pesimismo, negatividad,
juicio, quejas, murmuraciones, cinismo, resentimiento y crítica
destructiva. Sustitúyelos con optimismo, amor, aceptación, amabilidad y
paz como forma de procesar tu mundo y a las personas que hay en él.
§
Al margen de lo mucho que te sientas tentado de retroceder hacia
hábitos cínicos, recuerda que esa es la energía que estás enviando al
mundo, y que con ello transmites un mensaje que bloquea la energía que
te devolverá lo que deseas. Si estás lleno de negatividad, te encuentras
desequilibrado y tus resentimientos indican que no te sientes digno o
preparado para aceptar la energía amorosa que deseas.
§
Procura encontrar cada día un momento de tranquilidad para erradicar
los sentimientos de indignidad. Ese tiempo de oración o meditación, o de
experimentar simplemente el silencio, alimentará tu alma y eliminará
finalmente todas las dudas que puedas abrigar acerca de no merecer el
ser beneficiario de la abundancia del universo.
§
Lee literatura espiritual y poesía, y escucha música clásica suave
siempre que te sea posible. He descubierto que el simple hecho de leer
la poesía de Walt Whitman, de Rabindranath Tagore o de Rumi, hace que
todo se sitúe en una perspectiva más sagrada para mí.
§
Leer las grandes enseñanzas de los maestros es como realizar una tarea
espiritual en casa. Entre ellas se incluyen el Nuevo Testamento, Curso
de milagros, la Torah, el Corán y el Bhagavad Gita. Estas grandes obras
son una forma de estar en el espíritu (inspirado) y de disolver las
dudas sobre si mereces o no materializar en tu vida aquello que deseas.
Procura rodearte, en la medida de lo posible, de cosas bellas.
Practica la amabilidad para contigo mismo y para con los demás, con toda la frecuencia que te sea posible.
Abandona
tu necesidad de tener razón y de ganar; en vez de eso, sé amable, y
pronto conocerás la bendición de la paz interior. Recuerda que tu yo
superior sólo desea paz. Al practicar la amabilidad, la paz aparece
inmediatamente. Al estar en paz contigo mismo y con tu mundo, sabes que
eres un digno receptor de todo lo que se cruza en tu camino. Empiezas a
confiar entonces en la energía que aporta la realización de tus deseos.
Si
te encuentras en un estado de confusión y, en consecuencia, te preocupa
ganar o perder, te hallas a merced de tu propio ego, al que le encanta
la confusión. Toda esa confusión interna hace que te cuestiones a ti
mismo y tu valía en comparación con otros. Y eso trae consigo la duda
acerca de si eres o no digno de recibir y manifestar.
Ponte
la meta de ser cada día amable con los demás, al menos una vez, y
extiende ese mismo privilegio hacia ti mismo, tanto como te sea posible.
Siempre tienes una alternativa acerca de cómo va a reaccionar tu
espíritu. La alternativa de la culpabilidad, la preocupación, el temor o
el juicio no es más que un pensamiento que se transfiere a tu
fisiología. Cuando tu yo físico se ve desequilibrado por estas
emociones, te sientes demasiado enfermo e infeliz como para pensar
siquiera en participar en el acto de la co-creación de una vida
bienaventurada. Te saboteas a ti mismo, y todo por la falta de voluntad
para ser amable contigo mismo y con los demás.
Empieza
a considerar el universo como un lugar amistoso, antes que enemistoso.
Sitúa en la categoría de «lecciones» todas las heridas de las fases
anteriores de tu vida. Deja de verte condicionado por esas heridas y de
convertirlas en un brazalete identificativo.
Desvincúlate
de la actitud de que este mundo es maligno, está lleno de gente mala, y
empieza, hoy mismo, a buscar el bien en la gente con la que te
encuentres. Recuerda que, por cada acto de maldad, hay millones de actos
de amabilidad. Este universo funciona con la energía de la armonía y el
equilibrio. Inspira para absorber esa energía y elimina de tu mente y
tu corazón la idea de que eres una víctima. Toda vinculación con tus
traumas crea una toxicidad celular en tu cuerpo y un envenenamiento
espiritual de tu alma.
•
Repítelo una y otra vez, hasta que quede bien grabado: «Soy lo que soy,
y soy digno de la abundancia que hay en el universo, y de todo lo que
hay en él, incluido yo mismo».
Te encuentras ahora en el camino de saber que eres merecedor de atraer y manifestar en tu mundo.
Eres consciente de tu yo superior. Confías en ti mismo y en la sabiduría divina que te ha creado.
Sabes que no estás separado de tu entorno, y que dentro de ti existe el poder para atraer.
Wayne Dyer
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