jueves, 1 de mayo de 2014

Obesidad mental





Andrew Oitke, catedrático de Antropología en Harvard, publicó su polémico libro «Mental Obesity» (= Obesidad mental) que revolucionó los campos de la educación, periodismo y relaciones sociales en general.
En esta obra, Andrew Oitke introdujo el concepto del epígrafe para describir lo que consideraba el peor problema de la sociedad moderna, que se resume así.
Hace sólo algunas décadas, la Humanidad tomó conciencia de los peligros del exceso de gordura física proveniente de una alimentación desordenada. Es hora de reflexionar sobre nuestros abusos en el área de la información y del conocimiento, que parecen estar originando problemas tanto o más serios que los del vientre prominente.

Nuestra sociedad está más sobrecargada de prejuicios que de proteínas y más intoxicada de lugares-comunes que de hidratos de carbono. Las personas se enviciaron con estereotipos, juicios apresurados, enseñanzas egoístas y condenas precipitadas. Todos tienen opinión sobre todo, pero no conocen nada.
Los 'cocineros' de este magno 'junk food' intelectual son los periodistas, los articulistas, los editorialistas, los novelistas, los falsos filósofos, los autores de telenovelas y una infinidad de otros denominados 'profesionales de la información'. Los noticiarios y telenovelas se están transformando en las hamburguesas del espíritu. Las revistas de variedades y los libros de venta fácil son los “donuts” de la imaginación. Los filmes se transformaron en la pizza de la sensatez.
El problema central está en la familia y en el colegio. Cualquier padre responsable sabe que sus hijos se enfermarán si abusan de dulces y chocolates. No se entiende, entonces, como aceptan que la dieta mental de los niños esté compuesta por dibujos animados, por videojuegos que se perfeccionan en estimular la violencia y por telenovelas que explotan, desmesuradamente, la sexualidad, estimulando, cada vez con mayor énfasis, la descomposición familiar, el homosexualismo, la permisividad y, no es raro, la promiscuidad. Con una 'alimentación intelectual' tan cargada de adrenalina, romance, violencia y emoción, es posible suponer que esos jóvenes nunca conseguirán vivir una vida saludable y regular.
El periodista se alimenta, hoy, casi exclusivamente de cadáveres de reputaciones, de detritos de escándalos, y de restos mortales de las realizaciones humanas. Hace mucho tiempo, la prensa dejó de informar, para sólo seducir, agredir y manipular.
Los periodistas y comunicadores en general no se interesan en la bullente realidad, para centrarse apenas en el lado polémico y chocante. Sólo la parte muerta y podrida o distorsionada de la realidad es la que llega a los diarios.
El conocimiento de las personas aumentó, pero está constituido por banalidades. Todos saben que Kennedy fue asesinado, pero no saben quién fue Kennedy. Todos dicen que la Capilla Sixtina tiene cielo, pero nadie sospecha para qué sirve. A todos les parece más cómodo creer que Saddam es el malo y Mandella es el bueno, pero nadie se preocupa en cuestionar lo que les hacen tragar como 'información'. Todos conocen que hay un teorema de Pitágoras, pero ignoran lo que es un 'cateto'.
No provoca admiración que, en medio de la prosperidad y de la abundancia, las grandes realizaciones del espíritu humano estén en decadencia. La familia es discutida, la tradición olvidada, la religión abandonada, la cultura se banalizó y el folclore transformado en 'mono'. El arte es fútil, paradojal o una enfermedad. Florece, sin embargo, la pornografía, el auto-elogio, la imitación, lo insulso y el egoísmo. No se trata ni de una era en decadencia, ni de un 'época de oscurantismo' ni del fin de la civilización, como tantos pregonan. Se trata, en realidad, de un problema de obesidad que viene siendo inducido, sutilmente, en el espíritu y en la mente humana. El hombre moderno está adiposo en raciocinio, en gustos y en sentimientos.

"El mundo no necesita reformas, desarrollo, progresos. Precisa sobretodo de dieta mental."


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