El amor es lo divino.
La bondad es lo divino.
La vida es lo divino.
La existencia es lo divino.
La consciencia es lo divino.
La manifestación es lo divino.
La nada es lo divino.
Hubiera podido no haber nada.
Hubiera sido lo normal.
La existencia es lo inesperado.
La vida es lo inesperado.
La nada no produce nada.
La materia no es el origen de la materia.
Este algo tiene un origen inconcebible.
El poder que da origen a la materia,
a la existencia, a la vida,
a la consciencia, a la bondad, al amor.
Este poder impensable, inexplicable, es lo divino.
Lo divino no está dentro ni fuera.
Está dentro y fuera a la vez.
El ser soñado pregunta: ¿quién me ha creado?
Y el ser soñante responde: Yo soy.
El soñador está fuera y dentro del ser soñado.
El ser soñante trasciende el sueño,
pero el ser soñante es inmanente en el sueño.
El personaje “yo” en el sueño, soy yo.
Los demás personajes, también son yo.
Pero yo trasciendo a todos ellos, no me tocan,
estoy libre, más allá de ellos.
El mundo en el sueño esta hecho de mí, es también yo.
La ignorancia hace decir: “estoy en el mundo”.
Sin embargo, el sabio dice: “el mundo está en mí”.
El mundo está dentro de mí,
como yo estoy en cada forma del mundo.
Yo soy el soñador, el anima universal -animadora.
Yo soy el Brahman, trascendente, y el Param-atman inmanente.
Todos los yoes son yo, el yo, mis infinitas identidades.
La identidad se manifiesta por identificación.
La raíz de la identificación es el deseo.
Este es el origen de la multiplicidad manifiesta,
“Yo soy esto”, “yo soy aquí”, “yo soy ahora”.
Yo creo forma, espacio y tiempo.
Yo pongo límites virtuales a mi infinitud.
Yo produzco el mundo, pensándolo, imaginándolo.
Yo sueño.
¿A dónde va mi mundo soñado, al despertar?
Vuelve a lo inmanifestado de mi espíritu.
Yo soy el yo soy.
Mi espíritu es infinito, puro, independiente.
Es el poder que produce esto, aquí, ahora.
Todo esto: que está hecho de mí, que depende de mí.
Todo esto: que es evanescente, irreal como un sueño.
Lo que pasa, lo que viene y va, nunca llega a ser.
Nada de esto es real.
Yo soy quien concede apariencia de realidad a mis ensueños.
Dioses, titanes, hombres y bestias: todos son del sueño.
Los cielos a donde el alma presencia y goza de Dios: sueño.
Todos los yoes son el yo, son yo:
yo soy -solamente.
Y ni siquiera digo ‘yo soy’ cuando despierto: sin “otro”.
El maestro que me indica el camino y la verdad:
soy yo, en mi propio sueño, queriendo despertarme.
Lo malo y lo bueno, el mundo, el maestro, Dios: yo soy.
Todo solamente mi sueño.
Las doctrinas religiosas, correctas o equivocadas,
produciendo maravillas, prodigios, milagros, virtudes y realizaciones…
todas se deben al inagotable poder de mi imaginación.
Las leyes de la ciencia, en continua cualificación,
obedecen solamente a mi mente elucubrante, sin otro soporte.
La materia misma y todos los fenómenos naturales,
no residen sino en mi conciencia, como mera proyección.
No hay nada tras lo que parece, no hay más en lo desconocido.
Sólo está lo que parece, como la superficie cambiante
del infinito profundo incualificado, todo poder, que yo soy.
El poder no se debe a nada.
Por ser poder es libre, autónomo, incondicionado.
Infinito y sin otro.
Todo está dentro de mí.
La bondad es lo divino.
La vida es lo divino.
La existencia es lo divino.
La consciencia es lo divino.
La manifestación es lo divino.
La nada es lo divino.
Hubiera podido no haber nada.
Hubiera sido lo normal.
La existencia es lo inesperado.
La vida es lo inesperado.
La nada no produce nada.
La materia no es el origen de la materia.
Este algo tiene un origen inconcebible.
El poder que da origen a la materia,
a la existencia, a la vida,
a la consciencia, a la bondad, al amor.
Este poder impensable, inexplicable, es lo divino.
Lo divino no está dentro ni fuera.
Está dentro y fuera a la vez.
El ser soñado pregunta: ¿quién me ha creado?
Y el ser soñante responde: Yo soy.
El soñador está fuera y dentro del ser soñado.
El ser soñante trasciende el sueño,
pero el ser soñante es inmanente en el sueño.
El personaje “yo” en el sueño, soy yo.
Los demás personajes, también son yo.
Pero yo trasciendo a todos ellos, no me tocan,
estoy libre, más allá de ellos.
El mundo en el sueño esta hecho de mí, es también yo.
La ignorancia hace decir: “estoy en el mundo”.
Sin embargo, el sabio dice: “el mundo está en mí”.
El mundo está dentro de mí,
como yo estoy en cada forma del mundo.
Yo soy el soñador, el anima universal -animadora.
Yo soy el Brahman, trascendente, y el Param-atman inmanente.
Todos los yoes son yo, el yo, mis infinitas identidades.
La identidad se manifiesta por identificación.
La raíz de la identificación es el deseo.
Este es el origen de la multiplicidad manifiesta,
“Yo soy esto”, “yo soy aquí”, “yo soy ahora”.
Yo creo forma, espacio y tiempo.
Yo pongo límites virtuales a mi infinitud.
Yo produzco el mundo, pensándolo, imaginándolo.
Yo sueño.
¿A dónde va mi mundo soñado, al despertar?
Vuelve a lo inmanifestado de mi espíritu.
Yo soy el yo soy.
Mi espíritu es infinito, puro, independiente.
Es el poder que produce esto, aquí, ahora.
Todo esto: que está hecho de mí, que depende de mí.
Todo esto: que es evanescente, irreal como un sueño.
Lo que pasa, lo que viene y va, nunca llega a ser.
Nada de esto es real.
Yo soy quien concede apariencia de realidad a mis ensueños.
Dioses, titanes, hombres y bestias: todos son del sueño.
Los cielos a donde el alma presencia y goza de Dios: sueño.
Todos los yoes son el yo, son yo:
yo soy -solamente.
Y ni siquiera digo ‘yo soy’ cuando despierto: sin “otro”.
El maestro que me indica el camino y la verdad:
soy yo, en mi propio sueño, queriendo despertarme.
Lo malo y lo bueno, el mundo, el maestro, Dios: yo soy.
Todo solamente mi sueño.
Las doctrinas religiosas, correctas o equivocadas,
produciendo maravillas, prodigios, milagros, virtudes y realizaciones…
todas se deben al inagotable poder de mi imaginación.
Las leyes de la ciencia, en continua cualificación,
obedecen solamente a mi mente elucubrante, sin otro soporte.
La materia misma y todos los fenómenos naturales,
no residen sino en mi conciencia, como mera proyección.
No hay nada tras lo que parece, no hay más en lo desconocido.
Sólo está lo que parece, como la superficie cambiante
del infinito profundo incualificado, todo poder, que yo soy.
El poder no se debe a nada.
Por ser poder es libre, autónomo, incondicionado.
Infinito y sin otro.
Todo está dentro de mí.
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