Siddharta Gautama: El legado del Buda encarnado
En
la India del siglo IV a. de C. floreció la última encarnación conocida de Buda,
“el que despertó”, en la persona de Siddharta Gautama. Sepa aquí los pasos que
siguió para despertar su propio potencial y la naturaleza verdadera que existe
en todo ser humano.
El término Buda
es una palabra sánscrita que significa “el que despertó” o “el que se iluminó”.
El Buda, entonces, corresponde a un arquetipo que se manifiesta de diversas
formas y en distintas épocas. Sin embargo, existe consenso en asignarle el
título de Buda al fundador del budismo contemporáneo, que no era ni dios ni
profeta. Siddhartha Gautama fue un ser humano que, mediante su esfuerzo y
trabajo personal, alcanzó un estado de perfecta sabiduría y completa
sensibilidad hacia todo lo que existía a su alrededor.
Las menciones
historiográficas acerca de la vida de Siddharta, conocido también como
Sakyamuni (“el sabio de Sakya”) son escasas y proceden mayormente de tres
grandes fuentes: los vinaya, los sutta-pitaka y el buddhacarita de Asvaghosa,
todos ellos textos posteriores a su tiempo. Además, es necesario tener en
consideración que en su biografía se mezclan leyendas y tradiciones, lo que
dificulta la certeza sobre fechas y actos.
Nacimiento e infancia
Siddharta Gautama
nació en los jardines de Lumbini, cerca de la ciudad amurallada de Kapilavastu,
actual territorio de Nepal, próximo a la frontera con el norte de India. La
mayoría de los estudiosos estiman su natalicio hacia el 560 o 558 a. de C.
Nació en el reino
de Sakya, principado del reino de Kosala. Fue hijo del monarca guerrero
Suddhodana y de su esposa Maya. Cuenta la leyenda que su madre, tras tomar un
baño aromático, habría entrado en un estado de trance en que su mente abandonó
el cuerpo físico y llegó a la Tierra del Loto, donde apareció un hermoso
elefante blanco con la mirada profunda del universo. El animal galopó sobre
nubes de coral, tomó con su trompa un nenúfar y rápidamente penetró por el
costado de Maya, alojándose en su útero. La interpretación de los brahmanes o
sabios del reino fue que la reina estaba encinta, y que el niño que esperaba
entregaría luz a los Sakyas. Si se decidiera por reinar, sería un monarca
universal, pero si renunciaba a la vida mundana, sería un completo iluminado.
Siete días
después de nacido el niño, Maya falleció, siendo criado en sus primeros siete
años por su padre y su madrastra, que también habría sido su tía materna,
Mahaprajapati. Pese a vivir rodeado de lujos (residía en tres palacios: uno
para el invierno, otro para el verano y otro para la temporada de lluvias),
desde muy niño se inclinó hacia la meditación, actitud rechazada por su padre,
que deseaba un digno sucesor como líder gobernante.
El rey decidió
reprimir en su hijo toda inclinación hacia la divinidad, manteniéndolo dentro
de las murallas de su palacio para que ignorara la realidad de su pueblo y
enseñándole desde niño las artes propias de la guerra y la estrategia. A los 16
años (o a los 19, no hay claridad), contrajo matrimonio con su prima Yasodhara,
con quien tuvo un hijo llamado Rahula, que luego se volvió uno de sus
principales discípulos.
Los cuatro encuentros y la gran renuncia
La mayor parte
del tiempo, la vida de Siddharta transcurría en el palacio real. Sin embargo,
realizaba salidas furtivas a la ciudad, acompañado por un cochero llamado
Channa. En cierta ocasión, a la salida de la puerta oriental del palacio se
encontró con un anciano; en otra oportunidad, en que salió por la puerta
meridional, vio a un enfermo; su salida por la puerta occidental lo hizo ver un
cadáver y, al cruzar la puerta septentrional, se encontró con un mendigo
religioso.
De esta forma, el
enfrentarse por primera vez a la vejez, la enfermedad y la muerte, comprendió
que el sufrimiento resulta inherente a la vida humana; sin embargo, la visión
del religioso le mostró la necesidad de hallarle un sentido al sufrimiento. Por
ello, decidió dejar atrás su vida conocida, abandonando a su familia a los 29
años.
Tranquilo por
tener un hijo varón para continuar la dinastía, renunció a sus derechos y se
consagró a la vida religiosa. Salió de palacio de noche, montado en su caballo
Kanthaka y junto a su criado Chantaka. En el camino al estado de Magadha, a
unos diez días de distancia, se cortó los cabellos, y le entregó a su esclavo
los bienes materiales que llevaba consigo para que los devolviera a su familia,
con el mensaje de que no regresaría hasta haber alcanzado la iluminación. Así,
como sadhu (asceta hindú), peregrinó por el norte de la India.
Una vez en
Rajagaha, capital de Magadha, el rey Bimbisara lo visitó en monte Pandava,
donde practicaba la meditación, y le ofreció riquezas a cambio de que aceptara
ponerse al mando de sus batallones de elefantes y de sus tropas. Siddharta
declinó tal ofrecimiento, explicándole su origen y su búsqueda; el monarca le
rogó únicamente ser el primero en conocer la verdad alcanzada si llegaba a la
iluminación.
En su proceso,
Siddharta siguió las enseñanzas de dos maestros de yoga, Alara Kalama y Uddaka
Ramaputa. Sin embargo, ambos le resultaron insuficientes y pronto los abandonó
para seguir su camino. Partió entonces para Sena, una aldea junto al río
Nairanjana.
Buscó en el ascetismo las respuestas para alcanzar la
iluminación, hecho que deterioró su salud. Pasó voluntariamente muchas
privaciones; durante seis años se entregó al ayuno y la mortificación, hasta
que cayó en cuenta de la futilidad de tal decisión.
De esta forma, se
cansó de las austeridades y mortificaciones, y resolvió abandonar el ascetismo:
se bañó en el río Nairanjana para librarse de la suciedad que había acumulado
en el curso del largo proceso seguido, y recobró fuerzas gracias al arroz
hervido en leche que le ofreció Sajata, la joven hija del jefe de la aldea de
Sena.
La iluminación
A los 35 años, el
día de luna llena de Vesakha (señalado en el mes de mayo del 523 a. de C.)
sentado bajo un árbol bodhi o higuera sagrada en Uruvela, a orillas de un
afluente del Ganges, alcanzó la iluminación. Hay fuentes que aseguran que una
noche se sentó y se dispuso a no levantarse hasta alcanzar el nirvana; otros dicen
que, renunciando al esfuerzo por conseguirla, se sentó a descansar bajo el
árbol. Sea como fuere, Siddharta alcanzó niveles de conciencia elevadísimos, lo
que le permitió conocer sus vidas anteriores y la perspicacia para reconocer la
reencarnación de todos los seres.
En este proceso,
comprendió que todo rueda sin que exista una verdadera entidad personal. Libró
su mente de la aversión, la ofuscación y el dolor, y por fin aprendió todas las
causas de sufrimiento, y la vía para evitar el dolor. Así, dejó atrás el miedo
y el deseo: Siddharta pasó a ser un Buda, quien vivió tras su iluminación 49
días de sublimidad y paz infinita.
El dharma
Buda experimentó
tanta dicha, que se vio obligado a aliviar el sufrimiento de toda la humanidad,
dando inicio al dharma o enseñanza, al que se dedicó por 45 años.
En este proceso,
inicialmente compartió con cinco monjes su experiencia y les mostró la llamada
Vía Media, el camino que hay que seguir, tan distante de la vida carnal como de
la austeridad. Les enseñó la aniquilación del dolor por la aniquilación del
deseo. Estos ascetas, los mismos que vivieron con él antes de comenzar su
camino individual, fueron los primeros integrantes de la sangha o comunidad, la
que fue ampliándose durante los siguientes años. El sexto discípulo fue Yasa,
hijo de un rico comerciante de Benarés.
El Tri-Laksana
corresponde a las tres marcas o sellos de las tres características universales
de los fenómenos del mundo percibido: Anitya (impermanencia), Anātman
(inexistencia de un ego permanente) y Duḥkha
(sufrimiento, descontento o insatisfacción).
El karma es la
forma de decir causalidad en sánscrito. De acuerdo al budismo, todo karma o
(acción de habla, cuerpo o pensamiento, consciente o inconsciente) crea uno o
varios efectos que aparecen cuando las circunstancias son proclives, a lo que
se llama maduración (vipaka) o fruto (phala). De acuerdo a la raíz de las
acciones, existen cuatro grupos de karmas: oscuro con resultado oscuro;
brillante con resultado brillante; oscuro y brillante con un resultado oscuro y
brillante; ni oscuro ni brillante con un resultado ni oscuro ni brillante.
Si una acción
pudiera tener una consecuencia dañina o perjudicial para uno mismo o para
otros, debe evitarse. Eso es conseguir la mente hábil, pues evita todas las acciones
propensas a causar sufrimiento o remordimiento. Según este camino, existen
cinco preceptos generales que conllevan a un camino espiritual iluminado:
respetar la vida; evitar tomar lo que no es dado; mantener una conducta sexual
correcta (que no sea dañina con otros o con uno mismo); hablar de manera
correcta, en el sentido de evitar mentir; y evitar tomar intoxicantes que
alteren negativamente la mente.
La leyenda indica
que Siddharta hizo milagros, como cruzar volando el río Ganges. Cuando estimó que
sus discípulos estaban preparados, los envió a predicar en soledad por toda la
India. Él regresó a Uruvela. El rey Bimbisara les donó una parcela, el “Bosque
de Bambúes”, para que la usaran como refugio. El Buda visitó varias veces su
ciudad natal y recorrió el valle del Ganges, levantándose diariamente al
amanecer y recorriendo hasta treinta kilómetros por jornada.
La muerte corporal
En sus últimos
años, Siddharta vivió momentos difíciles. El rey Bimbisara fue destronado por
su propio hijo, y el trono de los Sakyas fue usurpado por Vidudabha, hijo del
rey Pasenadi.
Tras escapar de
un intento de asesinato a manos de su primo Devadatta, ocho años antes de su
muerte, y conseguida la conversión de su esposa y su hijo, Siddharta habría
enfermado de disentería por comer alimentos en mal estado, dolencia que produjo
su deceso a los ochenta y un años. Los registros indican que intentaba volver a
su ciudad natal cuando falleció en la ciudad de Kusingara, actual territorio
nepalés. Se dice que habría anunciado su propia partida.
La fecha de su
muerte podría situarse entre los años 623 y 543 a. de C. Su cuerpo fue
incinerado a los siete días de haber fallecido, y sus cenizas y reliquias, que
con el tiempo fueron objeto de culto, se repartieron mayormente entre sus
seguidores. Por último, los demás restos fueron enterrados en diez stupas o
monumentos funerarios.
El legado
Siddharta no dejó
obras escritas. Sus enseñanzas se transmitieron oralmente hasta su
transcripción, cuatro siglos después, en el Canon Pali o Tripi-Taka.
Tras la muerte de
Siddharta, el budismo tuvo una rápida expansión hasta llegar a ser la religión
predominante en India en el siglo III a. de C., momento en el que el emperador
Asoka lo volvió religión oficial de su imperio, mandando embajadas de monjes
budistas a todo lo que era el mundo conocido.
Hacia el siglo
VII de nuestra era, el budismo comienza a declinar paulatinamente en su lugar
de origen, llegando en el siglo XIII a su casi completa desaparición en la India.
Sin embargo, se había propagado ya por gran parte de Asia.
Desde el siglo
pasado esta corriente de pensamiento se ha expandido globalmente,
transformándose en una de las tradiciones espirituales más grandes de la
Tierra: sólo a modo de ejemplo, en Estados Unidos cuenta con más de 6 millones
de fieles.
Los ocho Nobles Principios1. La comprensión recta
2. El pensamiento recto
3. La palabra recta
4. La acción recta
5. El medio de existencia recto
6. El esfuerzo recto
7. La atención recta y
8. La concentración recta.
Las cuatro Nobles Verdades
1. La vida es sufrimiento.
2. La causa del
sufrimiento radica en el desconocimiento de la realidad y su apego a los bienes
materiales.
3. El sufrimiento
puede acabar si un ser humano pone fin a su ignorancia y renuncia a miserias
mundanas.
4. La manera de lograr la superación es a través del
Camino de las Ocho Etapas.
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El Buda
corresponde a un arquetipo que se manifiesta de diversas formas y en distintas
épocas.
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Según el budismo,
todo karma o (acción de habla, cuerpo o pensamiento, consciente o inconsciente)
crea uno o varios efectos que aparecen cuando las circunstancias son proclives.
- Según el budismo, todo karma o (acción de habla, cuerpo o pensamiento, consciente o inconsciente) crea uno o varios efectos que aparecen cuando las circunstancias son proclives.
Por Eva Débia, publicado por Revista Somos.
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