Fragmentos de Carl G. Jung sobre el amor.
Hasta el 8/9, venus estará retrogradando desde el 0° de virgo hacia
leo. Momento propicio para reexaminar las relaciones interpersonales.
Reflexionar sobre nuestro mundo vincular, confrontando con sus
realidades, reconociendo sus fronteras, elaborándolas con lucidez. Si
miramos hacia afuera, la inercia es referenciarse en lo que pasó, lo que
fue o lo que podría haber sido. La clave es retornar hacia adentro, no
hacia atrás. Sincrónicamente me llegaron algunos párrafos de Jung sobre
el amor que están buenísimos para foguear estos momentos reflexivos.
Donde reina el amor no existe voluntad de poder, y donde el poder
tiene la primacía, ahí falta el amor. Uno es la sombra del otro. Para
quien posea el punto de vista del amor, su opuesto compensador será la
voluntad de poder. Pero para quien afirma el poder, su compensación será
el Eros. Visto desde la posición unilateral del enfoque de la
consciencia, la sombra es una parte de la personalidad de menor valor y
por tanto se la reprime con intensa resistencia. Pero lo reprimido debe
volverse consciente, de manera tal que surja una tensión de opuestos,
sin la cual no es posible que el movimiento continúe. La consciencia se
encuentra de alguna forma arriba, la sombra abajo, y debido a que lo
alto siempre tiende a lo profundo y lo caliente a lo frío, de igual modo
toda consciencia busca, acaso sin intuirlo, su opuesto inconsciente,
sin el cual está condenada a quedar estancada, arramblada o lignificada.
Únicamente en el opuesto se enciende la vida.
El encuentro con uno mismo, al principio, es el encuentro con la
propia sombra. La sombra es un pasaje, una puerta estrecha y no hay
forma de bajar al pozo profundo sin sufrir el dolor del angostamiento
que implica cruzarla. Pero hay que aprender a conocerse a uno mismo para
saber quién se es. Porque, por sorpresa, lo que se encuentra detrás de
la puerta es una vasta extensión de incertidumbres sin precedentes, sin
derecho ni revés, sin parte superior ni inferior, sin ubicación ni
pertenencia, ni bien ni mal. Es el mundo del agua donde soy
indivisiblemente esto y aquello al mismo tiempo, donde experimento al
otro dentro de mí mismo y el otro fuera de mí me experimenta a mí
La resistencia al amor engendra la incapacidad de amar, o esa
incapacidad actúa como obstáculo. Al igual que la libido se asemeja a
una corriente constante que hace desembocar su agua en el mundo de la
realidad, la resistencia no se asemeja, considerada desde un punto de
vista dinámico, a una roca que se alza desde el lecho del río y que es
sumergida o rodeada por la corriente, sino más bien a una
contracorriente que en vez de fluir hacia la desembocadura fluye hacia
la fuente. Una parte del alma quiere, sí, el objeto externo, pero otra
quiere retroceder al mundo subjetivo, desde el cual hacen señas los
palacios aéreos y livianos de la fantasía.
De todos modos, es difícil pensar que este mundo tan rico fuese
demasiado pobre como para no poder ofrecer un objeto al amor de una
persona. Ofrece espacio infinito para cada uno. Antes bien, es la
incapacidad de amar la que roba al hombre sus posibilidades. Este mundo
solamente es vacío para aquel que no sabe dirigir su libido a las cosas y
personas para hacerlas vivas y bellas. Lo que, por tanto, nos obliga a
crear un sustituto a partir de nosotros mismos. No es la carencia
exterior de objetos, sino nuestra incapacidad de abrazar amorosamente
algo que está fuera de nosotros
El amor verdadero establece siempre vínculos duraderos,
responsables. Necesita libertad sólo para la elección, no para la
realización. Todo amor verdadero, profundo, es un sacrificio. Se
sacrifican las propias posibilidades o, mejor dicho, la ilusión de las
propias posibilidades. Si no requiere este sacrificio, nuestras
ilusiones evitarán que se establezca el sentimiento profundo y
responsable, con lo que se nos privará también de la posibilidad de la
experiencia del verdadero amor.
La mujer sabe cada vez más que sólo el amor le da forma plena, del
mismo modo que el hombre comienza a sospechar que sólo el espíritu da a
su vida un sentido superior, y ambos buscan en el fondo la mutua
relación anímica, porque el amor necesita al espíritu y el espíritu al
amor para complementar.
Y, sin embargo, tiene usted mucha razón cuando dice que el problema
del amor es el más importante de la vida. Pero hablar sobre lo más
importante es también una de las cosas más arduas. Frente a ello se
tiene un recelo muy natural, una especie de veneración, como la que nos
inspiran las cosas grandes y fuertes. […] El problema del amor se me
aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi
experiencia no ha hecho más que elevarse, precisamente cuando creía
haberla casi escalado.
Esta implicación del amor en todas las formas de vida, en la medida
en que es general, es decir, colectiva, constituye la menor dificultad
en comparación con el hecho de que el amor es también, eminentemente, un
problema individual. Todo esto quiere decir que bajo este aspecto
pierden su validez cualquier criterio y regla general.
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