“La cueva oscura donde temes entrar es
donde está tu tesoro”.
Joseph Campbell
En el
transcurrir de nuestra existencia es ineludible que vivamos situaciones de
pérdida, separaciones o muertes de seres queridos que dan como resultado crisis
mayores o menores, dependiendo de la índole de la pérdida y el grado de
egocentrismo de la persona. Estas circunstancias y experiencias vitales donde
se derrumba la estructura egoica son como un tsunami emocional en
el que predominan los sentimientos de vacío, miedo y soledad, así como de
aislamiento, indiferencia, pérdida de energía y sentido.
La noche oscura
del alma es una iniciación espiritual, un tiempo de incubación para que la
crisálida se convierta en mariposa. Una desintegración para que se dé la
transformación que nos lleve más allá de nuestro horizonte. Thomas Moore dice
que hemos de aceptar la noche oscura y vivir en consonancia a ella porque el
alma se alimenta de la oscuridad tanto como de la luz. La bajada al mundo
subterráneo nos conecta con lo profundo y oscuro, nos conduce al vacío de
nuestro ser, hacia una transformación y renovación.
Hay noches
oscuras del alma y descensos a los infiernos ineludibles. En esos casos hay que
tomar la determinación de permanecer en ese espacio desierto y solitario,
estando presentes ante el vacío. Entonces puede emerger un vacío fértil, una
presencia total que nos libera. En este sentido, dijo Jung que la oscuridad
y el caos preceden siempre a una expansión de la conciencia.
El
crecimiento personal no es un proceso lineal, controlable y progresivo. El alma
se hace visible, se manifiesta y madura con el descenso a lo oscuro. Es un
proceso necesario para aprender a vivir desde el alma, en lugar de desde la
tiranía del ego, con menos certezas sobre las cosas y más en contacto con las
intuiciones y las emociones. Hemos de rendirnos y dejar que el dolor nos pula,
nos forje, purifique y transforme en su fuego alquímico. El alma se nutre de la
noche oscura. Es gestación para renacer, una oportunidad para recuperar la
conexión con la esencia, frente al control del ego y la fuerza de la razón. En
algún momento hemos de transitar también las sombras, los valles lúgubres y
sombríos de nuestro espacio interior. Y el lugar del desierto donde encontrar
la propia fuerza y verdad.
Las crisis
nos invitan a dar espacio al alma, a vivir en el alma, a expandir los límites
que la definen, a confiar en ese nivel profundo de la existencia. La vida se
empeña en transformarnos, no nos queda más remedio que rendirnos a ella,
alinearnos con la Gran Voluntad. Deponer nuestro sentido de importancia
personal, y dejar morir las estrategias y posicionamientos del ego, que pretende
que la vida se adapte a sus deseos y requerimientos.
La
resistencia a la noche oscura es más dolorosa que ella misma, es instalarse en
un estado defensivo y estéril. La oposición a la realidad tal como es nos
debilita. Tratar de evitar el sufrimiento inevitable solo genera más dolor.
Ahora bien, podemos aliviar la pesadumbre y el dolor sin negarlos ni tratar de
huir de ellos. Es bueno darse un respiro de tanto en tanto, entrar y salir del
escenario, relajarse un poco, reírse de uno mismo. Las lágrimas son muy
necesarias, alivian la tristeza, la frustración y el dolor, y también disuelven
las defensas egoicas, diluyen la máscara y la coraza del ego.
Las pérdidas y
las crisis tienen la misión de revelarnos que somos Alma, que la vida es
misteriosa y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, aunque no nos lo
parezca, que Dios tiene otros planes para hacer que nuestra alma resplandezca.
En algún momento hemos de abandonar la omnipotencia infantil, la ilusión de
control, nos tenemos que arrodillar y aceptar la voluntad divina. En la noche
oscura accedemos al mundo de nuestras sombras para explorar esa parte oscura,
desconocida, rechazada, no transitada de nuestra alma, que es también nuestro
potencial. Solo queda rendirse al movimiento interno de realización personal,
acunarse, esperar y confiar. En la medida en que asintamos, nos rindamos y
cooperemos con ese movimiento hacia las profundidades antes saldremos del
abismo.
La noche oscura
es un viaje sagrado, iniciático, solitario. Es el viaje del héroe. Únicamente
cuando nos vemos obligados a abandonar la zona de confort de “lo conocido” y
atravesamos las profundidades de lo desconocido descubrimos nuevos recursos
personales. La noche oscura es un vacío fértil, la fuerza misteriosa de la
diosa negra Kali, la gran madre, amante y devoradora. Kali es
la diosa hindú de la transformación: destruye para crear, crea para destruir.
Representa el ciclo Vida/Muerte/Vida. Destruye la pequeña voluntad, el orgullo,
el egoísmo y todo sentido de ser “importante” y “especial” para crear un nuevo
estado de conciencia. Porque la emergencia de lo nuevo conlleva la muerte de lo
viejo.
En la enfermedad
el alma se revela, obliga a replantearse el discurrir de la vida. Es el momento
de ponerse en cuarentena: un tiempo de recogimiento, de conexión
con uno mismo para revisar la propia vida, un tiempo de autogestación y
transformación. El ascenso comienza con el descenso a las profundidades y al
caos, en los abismos insondables. Hay que adentrarse en el oscurecimiento y
permanecer con paciencia y sin intenciones en el no saber,
confiar en el inconsciente, algo a lo que el ego se opone y que es precisamente
el germen de lo venidero. Muchas personas que han pasado una enfermedad grave
saben hasta qué punto ha sido significativa y ha transformado su vida. El
remedio, la cura para el alma es precisamente la enfermedad.
En el caldero
alquímico de las pérdidas y las crisis la identidad egoica se derrite, se
funde. La función de las crisis y las pérdidas es destruir la pequeña voluntad
para permitirnos reconciliarnos con la Gran Voluntad. Inshah Alah,
hágase tu voluntad. Nos sintonizamos con algo más grande. En el proceso se gana
confianza en el Orden Superior que nos guía, luz y poder personal para
transformar a otros. Nos convertimos en sanadores heridos y
podemos realizar nuestra auténtica aportación a la vida. Estamos más vivos,
presentes y conscientes.
Algunas
personas se transforman mediante el dolor y las crisis, otras se instalan en la
amargura, la tristeza y la desolación, se abandonan en una actitud de víctimas.
Las crisis y las pérdidas son las grandes maestras de la vida que nos colocan
al borde del abismo. Podemos elegir entre ser aprendices, discípulos de la vida
o víctimas. Si queremos ser aprendices hemos de permitir sus iniciaciones.
El fracaso es
una experiencia imprescindible que nos ayuda a madurar, a ser humildes,
mientras que el éxito continuado puede mantenernos en un estado de omnipotencia
y superficialidad. Tenemos la opción de sufrir y lamentarnos o aceptar que las
noches oscuras forman parte de la vida, y colaborar con lo inevitable para que
sea una etapa creativa y enriquecedora. Buscar un significado positivo y afrontar
la crisis de manera constructiva, preguntándonos: ¿Qué sentido tiene esto en mi
vida?, ¿qué me aporta?, ¿qué parte de mí necesita y pide crecer? Hay infinidad
de muertes y renacimientos en la vida. Es necesario rendirse y dejar que la
vida nos transforme para acceder a nuevos niveles de conciencia. En algún
momento veremos lo que atravesamos fue un peldaño más de esa larga escalera que
nos conduce a la Luz de la conciencia.
Desde hace
casi veinticinco años tengo el privilegio de ser testigo de los procesos de
crisis, cambio y transformación de numerosas personas. Vienen a verme
asustadas, confusas, doloridas, desorientadas. Sé con certeza que son procesos
sanadores de renacimiento para ir más allá de los límites. La pérdida siempre
lleva consigo una ganancia. Hemos de dejar espacio para que emerja lo nuevo,
aceptar la muerte de ciertos aspectos o viejas estructuras ya caducas y
reconocer que las crisis son necesarias para el crecimiento y desarrollo de las
potencialidades internas. El proceso de transformación se inicia cuando
aceptamos que nos hallamos en un momento de cambio, al alinearnos, sintonizar y
descubrir cómo expresarlo de forma creativa. Es bueno transformar el dolor en
arte, en poesía, encontrar símbolos y metáforas que nos inspiren para reconectar
con nuestra naturaleza instintiva e intuición.
Las crisis
son estados de transición, puntos de inflexión, momentos inciertos en los que
existe una máxima tensión entre opuestos y a la vez se hallan cargados de
fecundidad. Son en sí mismos momentos óptimos para el cambio. Las dificultades,
tristezas, desafíos, conflictos y frustraciones nos configuran, son las
experiencias que posibilitan el crecimiento y la evolución de la conciencia.
Cada sufrimiento es una puerta que se abre a otro plano. El dolor y la pérdida
cumplen la función de despertarnos a nuestra verdadera naturaleza primigenia,
descubrir quiénes somos más allá de la máscara de la personalidad y los
condicionamientos. Cuando muere el ego el alma resplandece.
El dolor, las
adversidades, las renuncias obligadas a algunos sueños nos hacen humildes.
Destruyen capas de orgullo, omnipotencia, vanidad, arrogancia y narcisismo;
destruyen capas de egocentrismo, perfeccionismo, rigidez e intolerancia. La
humildad se forja en el fuego alquímico del dolor. Por medio de las
crisis la coraza egoica se va resquebrajando, se vuelve más fina y trasparente,
nos hacemos translúcidos y porosos a la vida. El reconocimiento del Alma de la
que todos formamos parte surge a medida que el ego se va trascendiendo. El alma
anhela la Unidad. Nos quiere unidos y vinculados en el Gran Alma. Unidos en un
amor inclusivo que todo y a todos abarca. La noche oscura encierra la
oportunidad de acceder a una verdadera espiritualidad al sentirnos uno con el
otro, puesto que el otro es otro yo. La fuente de la compasión reside en
reconocemos en los demás, al darnos cuenta de que hay una naturaleza semejante
en todas las personas.
A través de las
sucesivas crisis podemos acceder a la experiencia de humildad,
generosidad, paciencia, bondad, compasión, confianza, gratitud, amor
incondicional, atributos que conforman la esencia de nuestra verdadera
naturaleza. Ante las pérdidas, las crisis y el sufrimiento hay una necesidad de
búsqueda de significado y sentido de la existencia. Surgen las preguntas:
¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? El ámbito de la espiritualidad proporciona
respuestas a nuestros interrogantes existenciales.
Texto original ©
Ascensión Belart.
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