Todos hemos sido protagonistas de la frustrante situación de explicar con todo lujo de detalles por qué la creencia de alguien no tiene sentido. Se analizan las carencias de sus argumentos y se presentan las incontestables evidencias que refutan la creencia, incluso se hace todo con mucho tacto dando a la otra persona una salida sin humillación; pero nada, no hay manera. La gente no se deja convencer y se enroca en su postura. Primero algo dubitativa, aunque luego se le dibuja una sonrisa condescendiente —una sonrisa que he visto mil veces y que nunca ha dejado de parecerme siniestra— y adopta una actitud de completa cerrazón mental. No importa lo buen orador que seas. Ya podría tener a Carl Sagan explicándole con toda la poesía del mundo por qué no tiene razón, que esa persona no se va a bajar de su burro.
También hay otro fenómeno muy relacionado, aunque más raro. No todos lo han visto, pero si lo anterior te deja boquiabierto ver esto te suele hacer replantearte toda esperanza en la humanidad: la radicalización como respuesta ante la evidencia en contra de una creencia. Existen personas, y grupos de personas, que en lugar de simplemente encerrarse en sus creencias ante la evidencia en contra mueven sus posturas hacia ideas cada vez más y más delirantes. Este fenómeno de suave deslizamiento hacia la completa irracionalidad es típico de sectas, y todos los que tienen tendencia a este tipo de proceso mental tienen muchas papeletas para acabar con los raelianos o tratando de quitarseengramas y comiendo placentas a la brasa con los cienciólogos —incluso los hay tan extremistas que llegan a covencerse de que Tom Cruise es un buen actor.
El fenómeno psicológico que empuja a las personas a aferrarse a sus creencias, pese a que estas sean incompatibles con otras que posean, se denomina ‘disonancia cognitiva’ y ha sido bastante bien estudiado por la psicología.
Tener razón es lo mejor de esta vida
El término ‘disonancia cognitiva’ fue acuñado por Leon Festinger a raíz de sus estudiosacerca del comportamiento de una secta apocalíptica de Chicago encabezada por una señora llamada Dorothy Martin. Esta secta basaba su creencia en una supuesta revelación dada a Dorothy —que ya había estado involucrada en la cienciología— mediante escritura automática. Creían firmemente que el 21 de diciembre de 1954 habría un gran diluvio universal que acabaría con toda la humanidad, pero que ellos sería salvados por extraterrestres —del planeta Clarion, para más detalles. A fin de demostrar su adherencia a la creencia los miembros del grupo dejaron a sus familias, sus trabajos y donaron todas sus pertenencias. Leon infiltró en el grupo a varios becarios —porque sí, los pobres becarios hacen estas cosas y otras mucho peores…— que fueron testigos con todo lujo de detalles de los vaivenes internos, las dudas y los mecanismos de autojustificación de los miembros del grupo.
Evidentemente, ninguno de ellos se esperaba la deriva al fanatismo que pudieron observar. Los miembros más dubitativos acababan siendo los más fanáticos, y absolutamente toda disidencia era erradicada del grupo. Se dieron casos de luchas de poder entre Dorothy y otros miembros, que llegaron a usurpar en determinados momentos la posición de ‘el iluminado’, pero la creencia básica se mantenía firme. El momento clave llegó el 21 de diciembre. Los miembros esperaban sentados en el salón de casa de Dorothy a que llegaran a recogerlos. Nadie llegaba. Pasaron 4 horas en casi total silencio. Comenzaron los primeros lloros, los primeros intentos de justificación y las primeras dudas. Pero Dorothy ‘recibió’ otro mensaje desde Clarion: la espera del grupo y la firmeza de su creencia había hecho que salvaran al mundo del diluvio. Y ya está, con ello bastó para que la creencia fuera salvada y todos se sintieron orgullosos de ellos mismos.
¿Qué podemos extraer de la experiencia de Festinger? Varias cosas. Para empezar, entre aquellos que creen en cosas absurdas se suelen crear grupos cerrados para retroalimentarse la creencia entre ellos. Se aíslan de toda crítica y de toda evidencia en contra. Este comportamiento es típico de algunas pseudociencias radicales, como la bioneuroemoción o la nueva medicina germánica, y basta con ver los grupos que existen en las redes sociales de terraplanistas o cosas igual de absurdas. Solos están expuestos a la crítica y a tener que sustentar su postura, pero en grupo se pueden venir arriba, escalando peldaños poco a poco hacia la completa irracionalidad.
Por otro lado, cuando una persona sostiene una creencia, su primera reacción es desechar las disconfirmaciones. Es decir, si creo que me van a curar el cáncer con imposiciones de manos o con zumos de fruta y veo que otra gente va muriendo usando el mismo patrón de comportamiento, dichas personas tenderán a aferrarse a sus creencias. ¿Cómo lo harán? Pues recurriendo a lo que se suele denominar una ‘hipótesis ad-hoc‘. Estas hipótesis son elucubraciones sacadas de la manga que sirven para salvar una creencia. Por ejemplo, pensarán que las otras personas no han seguido bien el proceso o que su cáncer es diferente. Y no hace falta irnos a casos extremos, porque todos tenemos este comportamiento en nuestro día a día. Se trata de un sesgo cognitivo inherente al cerebro humano: así funcionamos y ya está. Nos aferramos a las creencias. Hay quien ha argumentado que se trata de un comportamiento evolutivamente seleccionado para hacer ciencia. Tú cree firmemente que no hay cocodrilos en el río y así, cuando trates de pasar y te coman, los demás podremos saber que los hay, incluidos tus allegados. No sé si me convence esta explicación, pero lo que es indudable es que los humanos podemos ser más tercos que mulas. Tenemos una tendencia innata a pasar de la hipótesis a la teoría de forma gratuita.
Así, una ‘disonancia cognitiva‘ fue definida como la situación en la cual una persona sostiene dos creencias incompatibles, pero que son armonizadas por medio de una tercera, sacada de la chistera, que estabiliza el conjunto. ¿Por qué la gente fuma si está convencida de que fumar da cáncer de pulmón y mil cosas más? Porque desengancharse del tabaco no es ninguna proeza; no que sea precisamente desengancharse de la heroína. Pues seguramente porque leyeron una vez una cosa en un blog de esos que parecen escritos por personas recién lobotomizadas, que decía que lo del cáncer de pulmón no estaba del todo claro. O porque ellos no fuman tanto como otros —porque, aunque ellos se fumen 3 cajetillas al día, siempre hay alguien que fuma en la ducha. Toda la evidencia de la que disponemos nos dice que la homeopatía es sólo agua con azúcar que no cura nada. Pero yo uso homeopatía. Luego, en lugar de escuchar esos estudios que han durado años y costado millones de euros, voy a escuchar a mi cuñado, que dice que él conoce a un tipo que tiene un amigo que se curó la disfunción eréctil con el agüita de marras. Tenemos una inclinación natural a tratar de compatibilizar nuestras creencias, que sean consistentes entre sí, y siempre es más fácil adoptar alguna hipótesis ad-hoc facilona que cambiar nuestro comportamiento.
Hay un hecho muy relevante que hay que tener en cuenta cuando nos enfrentamos a disonancias cognitivas: su origen. No siempre tenemos disonancias de este tipo. Yo, por ejemplo, había creído siempre que el Aconcagua estaba en Chile, pero ayer mismo una chica argentina me explicó que no, que está en su país. Como lo hizo de una forma amable cambié mi creencia sin ningún problema. También había escrito toda mi vida ‘neardental’ y hace una semana, tras escribir un texto lleno de ‘neardentales’, me dijeron que la palabra correcta es ‘neandertal’. Esta ya me jodió más, pero como sacaron a relucir mi error con amabilidad no tuve mucho problema en aceptar que estaba equivocado. Al fin y al cabo, ¿qué más me da a mi dónde demonios está la montaña o cómo se escribe la palabra? Un disonancia cognitiva, que hace que la gente se cierre en banda, aparece cuando a las personas les interesa, por alguna razón, mantener esa creencia. Y a mayor interés, mayor será el esfuerzo irracional por rescatarla de la refutación.
Por ejemplo, si me hubieran tratado de humillar con el tema del neandertal podría haber recurrido al argumento de que la palabra no está regulada por la RAE; que se guía por el uso cotidiano y que muchísima gente la usa así. Evidentemente, la respuesta correcta es que había quedado como una auténtico gilipollas entregando un texto sobre neandertales escribiendo mal la palabra, pero siempre hay un subterfugio al que aferrarse. Pensemos en la secta de Dorothy. ¿Qué los empujaba a aferrarse con tanto ahínco a su creencia pese a las refutaciones continuas? Pues que existía un fuerte contenido emocional: habían regalado ya todas sus pertenencias, perdido a sus familias… la creencia tenía que ser cierta. Sí o sí y a todo coste. Porque de caso contrario habían echado sus vidas por la borda de la manera más absurda, por no mencionar el ridículo monumental en caso de no te acabes subiendo a la nave extraterrestre. Esta idea se plasma muy bien en la fábula de la zorra y las uvas: al fin y al cabo, si la zorra no hubiera sentido la humillación de haber sido vista por el pájaro nunca habría generado la disonancia.
Cómo luchar contra una disonancia cognitiva
La psicología nos puede dar algunas armas y pautas para intentar afrontar una discusión con alguien que tiene una disonancia cognitiva. Existen varios comportamientos básicos que no debemos cometer al ser contraproducentes:
– No humillar a la otra persona: Hemos de recordar que las disonancias cognitivas son inherentes al cerebro humano. Ellas, ellos, tú, yo, nosotros, todos las tenemos. No se trata de falacias que uno pueda evitar, sino que es la manera en la que funciona nuestro cerebro. Por más rabia, risa o ganas de abofetear o defenestrar que tengamos, hemos de intentar mantenernos firmes y no perder las formas. No hay que hacerlo porque si llevamos el debate al plano personal y lo dotamos de contenido emocional, entonces convertimos el no tener razón en una humillación. Y la gente ante esto responde aumentando su nivel de disonancia cognitiva. Por ello, si estamos discutiendo con alguien que no quiere vacunar a sus hijos o con una persona que tiene une enfermedad grave y se va a poner en manos de algún chamán, hay que evitar frases como “eres un padre de mierda” o “eres subnormal”, aunque todos lo pensemos. Hay que hacer notar la gravedad de las consecuencias de su decisión pero sin perder las formas ni picar a la otra persona.
* Lo de no humillar se aplica tanto en ese mismo momento como en el futuro. Muchas veces sucede que tenemos una discusión con alguien que cree en alguna tontería y, pasados meses, nos lo volvemos a encontrar. Empezamos a hablar y notamos que ha cambiado de parecer respecto a aquello. Bien, en ese caso lo mejor es pasar por encima del tema sin más. Querías que cambiara de opinión, ¿verdad? Pues ya has ganado. No hace falta meter el dedo en la herida, porque ello puede hacer que la persona vuelva a su creencia anterior.
– Ser asertivo, pero no dar pasos atrás: No estás ante un rival común, estás ante alguien para el que cualquier pequeño resquicio puede valer con tal de salvar su creencia. Por ello, pese a que hay que ser asertivo y reforzar cuando la otra persona dice cosas con sentido, no hay que ser dubitativo. Si nos enredamos en un argumento o nos ven dudar ya es suficiente para ellos. Por eso, nunca hay que enfrentarse a una idea absurda sin tener preparado el tema de antemano. Hay que demostrar conocimientos sobre lo que se critica y si no se poseen lo mejor es buscarlos en otra persona: algún conocido que sí los tenga o contactar con gente que nos pueda echar una mano —el mundo de los blogs es un sitio muy adecuado para ello. Para ellos cualquier pequeña victoria vale oro puro, y hay que evitarlas.
– Centrarse en las evidencias e ir a la raíz del problema: En lugar de humillar y atacar a la persona, hemos de tratar de mostrar las evidencias y explicarlas con detalle, ofreciendo siempre algo que llene el vacío de dejaría en la otra persona abandonar la creencia que tiene. Si vamos a hablar de ensayos clínicos, que sean de universidades y centros con nombres pomposos; y siempre explicar por qué esas evidencias son mejores que su opinión. Explicar cómo se consigue la evidencia, el rigor lógico que la ampara y el significado de los resultados. Vale la pena tomarse la molestia de hacerlo, pero siempre que lo hagamos hemos de atacar la raíz. La gente no sostiene creencias de forma aislada, sino conjuntos organizados y jerárquicos de ellas. Por ejemplo, si alguien cree que el pseudotrastorno de personalidad múltiple es real, en lugar de centrarnos en la falta de casos clínicos —que también—– hay que ir a la misma inexistencia de los recuerdos reprimidos, lo cual nos llevará a criticar al psicoanálisis como la pseudociencia que es. No sirve de nada cortar ramas si el tronco sigue vivo.
– No alargar demasiado la conversación: Cuando estamos debatiendo con una persona que cree que la homeopatía tiene el más mínimo sentido, que J.J. Benítez es un gran periodista o que la teoría de la evolución es un cuento macabeo, alargar mucho la conversación crea una falsa sensación de simetría entre ambas posturas. Tú tienes a la razón, a la ley y a la evidencia de tu lado, mientras él o ella sólo tiene ideas peregrinas ya refutadas. Si estáis dos horas hablando la otra persona sólo refuerza su postura mientras tú vas debilitando la tuya.
Lo mejor es ser rápido: sacar los tanques, enseñar la evidencia educadamente, pasarle por encima adelantándote a lo que vaya a decir la otra persona, hacer mucho hincapié en la gravedad de las consecuencias de su creencia y dedicar sólo un rato a refutar algunos de sus contraargumentos. Tras ello, recoger tus cosas e irte. No será inmediato ni fácil, pero, Dios mediante, algunas personas acaban haciendo una reevaluación crítica de sus creencias. Otras, en cambio, son casos perdidos que necesitarían ya un psicólogo especializado en pensamiento sectario o, en algunos casos, ser abordadas desde un punto de vista legal.
Por Angelo Fasce
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