jueves, 30 de noviembre de 2017

Iboga medicina africana que libera a los Adictos.


Los indígenas Bwiti en Gabón y Camerún usan esta droga en ritos de iniciación.

Desde la década de los años sesenta, científicos y ex drogadictos se han mostrado a favor de un tratamiento radical para combatir la adicción.
Se trata de un alucinógeno llamado ibogaína, derivado de una planta africana, que en algunos casos ayuda a los adictos a superar el síndrome de abstinencia provocado por la falta de heroína, cocaína y alcohol. Muchos se preguntan por qué entonces su uso no se ha generalizado.
Por casi quince años, la vida de Thillen Naidoo estuvo regida por el crack, un derivado de la cocaína. En el barrio donde creció, en las afueras de Durban, en Sudáfrica, las drogas estaban por todas partes.
Tras una infancia complicada y la muerte de su padre, Naidoo empezó a consumir cocaína.
Para cuando se encontró con Anwar Jeewa, especialista de un centro de rehabilitación en su zona, Naidoo ya había intentado dejar las drogas varias veces pero sin mucho éxito."Fueron días negros", dice.
Jeewa le ofreció una solución radical: una droga alucinógena utilizada en celebraciones tribales de África central para minimizar sus ansias.
Al principio Naidoo no estaba muy convencido. "No sabía qué era la ibogaína. No esperaba que funcionase".




Después de varias pruebas, los médicos le dieron la píldora.
Unas horas más tarde, Naidoo se encontraba en una cama, sintiendo como si peces nadara en su cabeza. La habitación se movía a su alrededor y en sus oídos resonaba un zumbido constante.
Escenas de su infancia se repetían frente a sus ojos, y cada vez que alguien se acercaba para ver cómo estaba, sentía miedo.
Por la mañana el efecto alucinógeno había desaparecido y los días siguientes Naidoo se sintió un poco mareado.
Sin embargo, a los pocos días, cuando regresó a su casa, se dio cuenta de que ya no sentía un deseo irrefrenable de consumir cocaína.
Seis meses después del experimento, Naidoo no ha vuelto a consumir.
Ahora acude dos veces por semana a una terapia grupal donde aprende a mantener un estilo de vida libre de drogas.
"Mi mente ha cambiado", dice. "Puedo recordar mi infancia y lidiar con lo que viví sin llorar ni sentir lástima".

Descubrimiento azaroso

Jeewa le ha suministrado este tratamiento a cerca de 1.000 pacientes. No obstante, esta forma de curar la adicción es ignorada por los médicos tradicionales.


Arbol de Iboga
La droga se extrae de las raíces del arbusto.

La droga, que se toma de la raíz de una planta africana llamada Iboga, fue usada durante siglos por los indígenas Bwiti de Gabón y Camerún, como parte de un rito de iniciación.
Pero no fue sino hasta 1962 -cuando un joven adicto a la heroína llamado Howard Lotsof se topó con la droga- que se descubrió su valor en el tratamiento de las adicciones.
Lotsof la tomó para drogarse pero cuando su efecto se pasó, notó que ya no sentía la urgencia de inyectarse heroína. Después de este episodio Lotsof dedicó gran parte de su vida a promover sel tratamiento con ibogaína.
Uno de los problemas es que las pruebas cuestan millones de dólares, y el dinero proviene generalmente de las grandes compañías farmacéuticas. El caso es que la ibogaína no tiene mucho potencial para generar ganancias: a diferencia de los tratamientos convencionales se la toma solo una vez.
Además, las farmacéuticas hacen dinero patentando nuevas sustancias químicas y la ibogaína es una sustancia natural, por lo tanto es difícil lograr una patente.

Licencia

Hasta donde se sabe, la ibogaína afecta el cerebro de dos formas. Por un lado crea una proteína que bloquea los receptores en el cerebro que generan la necesidad de la droga, evitando que la persona experimente los síntomas que provoca la abstinencia.
El otro efecto -del que se sabe menos- es que parece inspirar en el adicto un estado de ensueño y de intensa introspección, lo cual le permite confrontar los problemas de su vida que intentaba ignorar con el uso de drogas o alcohol.
La campaña inicial de Lotsof no tuvo éxito y en 1967 Estados Unidos prohibió la ibogaína junto con el LSD y la psilocibina.
En la mayoría de los países no está regulada ni tiene licencia.
En los años 80, Lotsof abrió una clínica en Holanda y desde entonces se han abierto establecimientos similares en Canadá, México y Sudáfrica.

No hay curas milagrosas


Como cualquier droga, la ibogaína no está exenta de riesgos. Se sabe que disminuye el ritmo cardíaco y cuando se les suministró dosis altas a ratones, se vio que les dañaba el cerebelo (una parte del cerebro asociado a la función motora).
Hasta el momento se sabe de 10 muertes vinculadas a la ibogaína y a su uso no regulado. Muchas páginas de internet cuentan historias de personas que suministran la droga en la casa del paciente sin ninguna clase de apoyo médico.
Un alcohólico dice que pagó US$10.000 por el tratamiento y que no le funcionó.
Por otra parte, señala Stanley Glick, un científico que investigó el efecto de la ibogaína en ratas, la droga tiene un problema de imagen.
"Está demasiado asociada con la política. Para cuando todo el mundo empezó a saber de qué se trataba, ya existía un gran escepticismo porque no era algo que provenía del programa de desarrollo de fármacos".



En opinión de David Nutt, director del Comité Científico Independiente sobre Drogas del Reino Unido, es importante mantener una dosis de escepticismo respecto a las llamadas curas milagrosas.
"La historia de la medicina está plagada de gente que hace cosas interesantes, nuevas, pero cuando llevas a cabo las pruebas adecuadas se ve que producen un efecto placebo masivo", dice.
Lo que hace falta es un estudio en el cual un grupo de adictos tome una dosis estándar de la droga y otro un placebo, y que ambos grupos completen un tratamiento de desintoxicación de doce pasos, dice. Pero eso puede llegar a costar US$2.370 millones.
Los médicos como Jeewa quieren que se le otorgue una licencia a la droga, pero aclara que es crucial que la gente comprenda los límites que tiene.
"Una vez que el paciente está limpio de drogas y su cerebro está funcionando correctamente lo puedes ayudar a cambiar su estilo de vida", opina Jeewa.

El miedo y ciertos intereses económicos y políticos han relegado a listas ‘negras’ las plantas enteogénicas y otros recursos terapéuticos tradicionales, privando a la humanidad de poderosas medicinas para la sanación de cuerpo, mente y espíritu.
Uno de estos regalos de la Naturaleza es la Iboga (Tabernanthe iboga), un arbusto nativo del África ecuatorial, que nace en  el valle del Río Muni, en los bosques tropicales de Gabón, en el Congo, y prácticamente en todo el territorio ecuatorial-oeste del ‘Continente negro’.

El componente activo de la planta se denomina Ibogaína y se concentra en la raíz, cuya corteza es la base de diversos rituales y también un remedio de aplicación cotidiana en esas regiones del África.  En pequeñas dosis la Iboga estimula el sistema nervioso central, es afrodisíaca, vigorizante y supresora del hambre y el sueño. Por eso, los cazadores africanos suelen masticarla mientras siguen a sus presas, labor que puede tomarles días y noches enteras.
La Iboga sirve para combatir el cansancio crónico y el agotamiento que producen las condiciones de trabajo extremas. Igualmente, se cuenta que supera a los fármacos occidentales en el tratamiento de la impotencia sexual masculina y la anorgasmia femenina; pero no hay estudios clínicos al respecto y, por ahora, a los grandes laboratorios no les interesa el tema.  
El arbusto de Iboga puede medir dos metros de altura, pero en condiciones ideales se transforma en un pequeño árbol que crece hasta diez metros. Sus flores son blancas y rosadas, sus frutos anaranjados pueden tener forma ovalada y alargada, o esférica.
El uso de la Iboga está prohibido, o restringido, en los países de la Comunidad Europea. En los Estados Unidos la planta está incluida en la lista de sustancias controladas por sus “componentes alucinógenos”. 

Una esperanza

Fuera de África se ha experimentado la utilización de la Iboga para tratar la adicción a los opiáceos, como la heroína y la morfina. Los drogadictos aseguran que esta planta les permite ‘desengancharse’ sin pasar por el terrible síndrome de abstinencia. Además, desintoxica sus cuerpos en pocos días, lo que normalmente  tarda más de tres meses con los tratamientos tradicionales.
Al respecto, J. Díaz Márquez nos cuenta, en su artículo titulado La Ibogaína, que el primer heroinómano que se curó con el arbusto africano fue Howard Lostsof, un norteamericano que en 1963 consumió la corteza de la planta buscando un viaje sicodélico. Luego de 36 horas Lostsof, que fue heroinómano durante 19 años, descubrió que no sentía la necesidad de inyectarse droga. Posteriormente, probó la Iboga con otros seis adictos y tuvo éxito en las desintoxicaciones, esto lo motivó para crear una casa de rehabilitación en Staten Island, Nueva York. Tras su curación, Lostsof obtuvo un grado en cinematografía y se dedicó a promover e investigar el uso de la Iboga, inclusive registró varias patentes de la planta con la finalidad de tratar la dependencia a diversas drogas. Murió el 31 de enero de 2010, de 66 años, de cáncer de hígado.
La evidencia sugiere que la Iboga también puede interrumpir la adicción al alcohol y a la nicotina, pero los gobiernos, o entidades privadas, nunca han mostrado interés en realizar los estudios científicos correspondientes. De hecho, en Estados Unidos es ilegal tratar adictos con Iboga, aunque algunas clínicas lo hacen clandestinamente y reportan excelentes resultados. Sin embargo, es poco lo que se puede hacer mientras la planta sea una sustancia controlada.

Planta maestra

En dosis grandes la Iboga induce visiones; por eso, ha sido un elemento central en diversos rituales  africanos. Uno de los más conocidos lo practica la etnia Fang, en Gabón, y se llama Bwiti, palabra que significa ‘liberación’, o ‘libertad’.  El Bwiti se sustenta en el consumo de grandes dosis de Iboga para acceder a visiones que le permiten al tomador reflexionar sobre su vida y renacer mental y físicamente. En este orden de ideas, se relaciona con los temas universales de la vida y la muerte, y puede considerarse una ceremonia análoga a los desaparecidos misterios eleusinos de la Grecia antigua.
La National Geographic realizó un documental, que emite con cierta frecuencia, sobre un antropólogo norteamericano que fue iniciado en el Bwiti. El ritual tarda dos días y el investigador consumió pedazos de la raíz de la Iboga, infusiones y hasta lo bañaron con líquido de la planta. Ayudado por sus visiones el investigador enfrenta varias pruebas de renacimiento y purificación. Cuando todo termina sostiene que jamás había sentido tanto amor, paz y equilibrio con la naturaleza.
El ritual del Bwiti fue reprimido por los misioneros católicos, pero nunca pudieron acabarlo. El 6 de junio de 2000, el Consejo de Ministros de la República de Gabón declaró la Iboga como un tesoro nacional.
El uso sacramental de la Iboga 

En Eslovenia, ha nacido una nueva religión denominada Sacramento de la Transición, reconocida por la Unión Europea, que se basa en el uso ceremonial de la Iboga. Su fundador es Marko Resinovic. Hasta la fecha esta religión es legal y autorizada por el gobierno esloveno.  La mayoría de los miembros del Sacramento de la Transición fueron adictos a los opiáceos; por eso varios expertos han dicho que esta sacralización es una forma de eludir la represión gubernamental y validar el uso médico de la Iboga para tratar las adicciones. Dicha evolución del uso de la Iboga se asemeja a la de la ayahuasca en el Brasil donde se crearon las religiones ayahuasqueras del Daime –ayahuasca– y a la Iglesia Nativa Americana que utiliza el Peyote también como elemento sacramental. Los tres casos coinciden en la conformación de cultos religiosos que utilizan sacramentalmente plantas maestras y que son reconocidas legalmente como prácticas religiosas.





Fuente:www.bbc.com

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