Está
también el caso de los mara'akame huicholes, quizá los "chamanes"con los
que más familiarizados estamos hoy en México, ya que habiendo mantenido
una práctica chamánica milenaria ligada a la toma del peyote (hikuri)
en el centro de peregrinación de Wirikuta en el desierto de San Luis
Potosí, los huicholes se han mezclado con el turismo psicodélico que
viaja al desierto a comer peyote pero que además busca agregar a sus
viajes la posibilidad de interactuar con o aprender de los huicholes.
Por supuesto esta combinación no siempre es fructífera y presenta
ciertamente un riesgo para la preservación de la cultura chamánica
huichola. Buscando desmitificar la noción que se tiene sobre el mundo
huichol, el antropólogo Johannes Neurath define a los chamanes
huicholes, según Ruy Sánchez, como "seres nocturnos" que habitan estas
áreas liminales para amaestrar el arte de soñar (Marakate, aprendemos
ahí, es plural de mara'akame, que significa "los que saben soñar").
Soñar para los huicholes seguramente no es sólo el soñar como lo
experimentamos en nuestra cómoda modernidad, sino que es también un
soñar en la vigilia, un abrir las puertas a la visiones (las nierikas),
un pulir el espejo de la imaginación para que se refleje la luz del
mundo sutil, un soñar con las manos y con los órganos de percepción
sutil...
Neurath
también menciona este rasgo distintivo del silencio --que está siempre
unido a la oscuridad como la ausencia de estímulos mundanos. Dice que
los huicholes encuentran la apoteosis de su peregrinación en el amanecer
del desierto (algo que cualquiera que haya ido a Wirikuta entenderá
fácilmente) puesto que “la oscuridad es ruidosa y se opone al silencio
transparente del desierto”. Podemos decir que es el silencio el
requisito para que la magia ocurra, un silencio que está afuera y
adentro, y que de hecho es lo que permite que se establezca un vínculo
entre la mente y el cosmos, a través de la transparencia, del éxtasis
que elimina la obstrucción del pensamiento para que la inteligencia de
la naturaleza hable en el hombre.
La
razón por la cual el silencio es tan importante para el misticismo --al
cual hemos definido aquí como la disponibilidad inmanente de lo divino--
y no sólo en el chamanismo, tiene que ver con que el silencio suprime
el diálogo interno y con ello la identificación con un yo estable,
separado y según muchas tradiciones ilusorio en tanto a separado. Para
establecer un contacto numinoso o percibir la profundidad oceánica del
ser, parece necesario relajar el estado de aprehensión desde el cual
opera el yo egóico. "Haz silencio y escucharás el murmullo de los
dioses", escribió Emerson. El silencio parece ser el umbral de acceso al
inconsciente y a la región transpersonal del ser, donde se despliegan
los arquetipos y donde se disuelven las fronteras de la identidad.
Una de
las prácticas comunes a diferentes tradiciones chamánicas es aquella en
la que el individuo deja la comunidad y sale a la selva, al bosque o al
desierto en busca de una visión o de una sanación. Esta práctica, si
bien varía en sus aspectos particulares, tiene en común un enfrentarse
con lo desconocido, desarraigándose de las improntas del colectivo para
conocer realmente la naturaleza del propio ser y de la tierra misma y su
ecología de almas. Para hacer esto es menester distanciarse del ruido
mundano de la comunidad pero también del ruido interno; sólo si se logra
una base de silencio se podrá escuchar la voz del espíritu y sólo así
se podrá mantener la cordura, puesto que al aventurarse en soledad por
la selva (interna y externa) se realizará un proceso de purga y
depuración y primero surgirán los demonios con sus ruidos demenciales,
que probarán la integridad del individuo.
En uno
de los grandes clásicos del esoterismo del siglo XX, las Meditaciones
sobre los arcanos del tarot, Valentin Tomberg explica que el silencio es
una de las características esenciales del Mago, el primer arcano, y
ciertamente el equivalente en la tradición occidental al chamán. Tomberg
hace una síntesis de distintas tradiciones, desde hinduismo hasta
cristianismo, para entender el estado inicial desde el cual se puede
establecer una práctica esotérica. ¿Acaso no es el silencio también la
esencia del yoga? Patanjali define a esta disciplina como "la supresión
de las oscilaciones de la sustancia mental [Yoga citta vritti nirodha]".
Nos dice Tomberg que "el silencio es la señal del contacto real con el
mundo espiritual y este contacto, a su vez, engendra siempre un influjo
de fuerzas". El silencio parece ser equivalente a lo que San Juan de la
Cruz llama dejar la casa sosegada, así el alma puede volar al encuentro
de la divinidad ansiada o se puede recibir en el recinto interno, vuelto
templo por el silencio, las visiones que son las vistas de los ángeles o
espíritus. El silencio también es lo que limpia nuestra mente para que
pueda descargar la información luminosa del cielo interior.
Existe
también un razón funcional e incluso fisiológica por la cual el
silencio resulta vital en el ejercicio de una práctica mágica o
chamánica. El silencio nos brinda concentración, y un cierto tipo de
concentración: una concentración sin esfuerzo, lo que en el taoísmo
llaman wu wei, un hacer sin hacer que es un dejar que el universo haga a
través de nosotros --removiendo el ruido de la personalidad de la
ecuación. Explica Tomberg:
La
concentración sin esfuerzo –es decir, ese lugar en el que no hay nada
que suprimir y en donde la contemplación se vuelve tan natural como la
respiración y el latido del corazón– es el estado de conciencia (i. e.,
pensamiento, imaginación, sensación y voluntad) de calma perfecta,
acompañada de la completa relajación de los nervios y los músculos del
cuerpo. Es el profundo silencio de los deseos, las preocupaciones, de la
imaginación, de la memoria y el pensamiento discursivo. Uno podría
decir que todo el ser se vuelve como la superficie quieta del agua,
reflejando la inmensa presencia del cielo estrellado y su armonía
inefable. ¡Y las aguas son profundas, tan profundas! Y el silencio
crece, perpetuamente… ¡qué silencio! Su crecimiento se lleva a cabo a
través de ondas regulares que pasan, una tras otra, a través de tu ser:
una onda de silencio seguida por otra onda de silencio más profundo y
luego otra vez una onda de silencio aún más profundo… ¿Algunas vez has
bebido silencio? Si tu respuesta es afirmativa, entonces ya sabes lo que
es la concentración sin esfuerzo.
El
chamán es quien bebe silencio en las aguas de la oscuridad; es quien
logra navegar en la tempestad del caos original justamente porque tiene
ese silencio que le da la entereza para no precipitarse por la borda y
resistir las agitaciones. Es el silencio lo que le da la confianza de
que, más allá de ciertos obstáculos o señales que podrían ser confusas,
llegará a buen puerto. Y es que en el silencio está lo místico y en esto
se hace patente su conexión con el mundo espiritual que lo asiste. "Y
es que 'la zona del silencio' no sólo significa que el alma está,
fundamentalmente, en paz, sino también que hay un contacto con el mundo
espiritual o celestial que trabaja en conjunto con el alma", dice
Tomberg. En verdad que hacer silencio es el requisito esencial de toda
comunicación significativa, sea con una persona a la cual nos abrimos a
tener un intercambio profundo o sea con una energía sutil que yace
invisible desde el ruido de nuestra mente. De otra forma sólo hay ruido,
tautología y proyección de nosotros mismos.
PIJAMASURF
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